Pequeña charla sobre Leer y comprender. Tejidos con hilos de palabras

Valeria Abusamra es autora, junto a Aldo Ferreres, Micaela Difalcis y Telma Piacente, de este libro ideal para entender los mecanismos a través de los cuales adquiere significado lo escrito. Acá responde al cuestionario-curioso de AZ.
Por Ardilla Sciuridae.
La lingüista Valeria Abusamra dirige numerosos doctorandos, maestrandos y becarios de proyectos de ciencia y tecnología dedicados al estudio de procesos, evaluación e intervención en comprensión lectora. Publicó muchos libros sobre este tema y en 2022 llegó a AZ con Leer y comprender: Tejido con hilos de palabras. A continuación, cuatro preguntas sobre su trabajo con el libro y una más, para saber cómo es ella a la hora de leer.
—¿Cómo describirías a Leer y comprender: Tejido con hilos de palabras?
—Cada vez que escribo, no puedo abstraerme de la idea de que estos hilos de palabras que estructuran el relato son la base de un pacto con un lector activo. Me gusta mucho pensar que la vida del texto que escribimos va a depender de la generosidad del lector. Por eso, pienso que nuestro libro abre el camino hacia ese espacio secreto que se crea con quien nos lee, con ese lector que toma nuestra palabra y redefine el universo. Leer y comprender. Tejidos con hilos de palabras es una suerte de radiografía de la forma en que la lectura y escritura se posicionan en la actualidad. El libro propone un recorrido fundamentado, un ida y vuelta por las temáticas que condicionan la lectura y la comprensión de textos y sobre todo un anhelo por dejar algo a futuro. Endel Tulving, un científico dedicado al estudio de la memoria, plantea: “Yo estoy equivocado, todos estamos equivocados. En uno o dos siglos los científicos se reirán cuando lean nuestros artículos o libros. Sin embargo, debemos seguir intentando porque si no lo hacemos, ellos no tendrán de qué reírse”. Pensar en Leer y comprender como un recurso de risa a futuro me parece una buena descripción.
—¿Qué te motivó a escribirlo?
—Escribir sobre el lenguaje (ese fenómeno que nos atraviesa y determina a los seres humanos) supone la mejor motivación posible. Y cuando se trata de la lectura, la motivación se refuerza. La lectura es un prodigio por donde la pensemos. Que a partir de estructuras preexistentes implicadas en la visión y el lenguaje se genere una nueva capacidad de procesamiento lingüístico es ciertamente mágico. Que ahora mismo leamos estas líneas e inevitablemente activemos significado es una expresión concreta de esa magia. Transmitir esa pasión, compartir los conocimientos de los avances más importantes en la temática, fue el mejor motor para la escritura.
—¿Qué esperás que le pase a quienes lo lean?
—Mi anhelo más fuerte es contagiar el entusiasmo que nos despierta a nosotros el trabajar en una habilidad imprescindible para una sociedad más justa. Hablo del lenguaje y me brillan los ojos, me sigo sorprendiendo con cada cosa que descubro: que no podemos evitar procesarlo (tratá de leer esta palabra “LIBERTAD” y de no pensar qué significa), que puede condicionar la forma en que guardamos los recuerdos, que puede proyectarme a otros mundos, que puede generar nuevas áreas neurales. Si solo un poquito de esta fascinación llega a quien nos lee, la misión habrá sido cumplida.
—¿Cómo fue el proceso de trabajo?
—Todos los libros que escribí son resultado de una conjunción de esfuerzos. Me encanta el trabajo colectivo, las discusiones que se suscitan mientras nos armamos una idea de lo que queremos. En este caso, fueron horas de charla e intercambios con Aldo Ferreres, Telma Piacente y Micaela Difalcis. Un neurólogo, una psicóloga y dos lingüistas transitando las aguas de la lectura.
—¿Qué te gusta leer (y/o qué estás leyendo)?
—Amo la literatura argentina: de Ricardo Piglia a Martín Kohan, de Hebe Uhart a Samanta Schweblin, de Saer a Hernán Ronsino; Mariana Enriquez, Félix Bruzzone, Pablo Ramos. Pero también creo que tenemos la mejor literatura infantil del mundo: Ricardo Mariño, Adela Basch, Carolina Tosi, Silvia Schujer, Liliana Bodoc y tantos otros más. Ahora estoy leyendo el ensayo salpicado de anécdotas personales El infinito en un junco, La invención de los libros en el mundo antiguo, de la filóloga española Irene Vallejo.
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